26 de mayo de 2010

Treme y el turismo


En la nueva serie de David Simon, el experiodista que concibió "The Wire", se nos pinta una Nueva Orleans recién devastada por el Katrina que trata, poco a poco, de recuperar su ritmo vital. Uno de los primeros episodios nos muestra un rito fúnebre muy peculiar. Varios nuevaorleanitas que viven bajo un extraño credo aglutinando diferentes influencias étnicas, despiden a uno de los suyos mediante cánticos de inspiración india. El momento culminante emocionalmente se ve interrumpido por un minibús turístico que, con un cartel de tour Katrina y guía incorporado, atraviesa el barrio de Treme cargado de visitantes ávidos de morbo con forma de hongo húmedo.

En ese mismo episodio, otro habitante del barrio se ve forzado a trabajar de recepcionista en un hotel y contraviene las órdenes corporativas mandando a unos turistas fuera del circuito habitual para escuchar auténtica música local. Deben olvidarse de Bourbon Street (que toma su nombre, por cierto, de la familísima borbona durante la corta soberanía española en Luisiana), epicentro del desmelene establecido para el visitante y dar una vuelta por el Treme.

Sin intención de profundizar demasiado en ello, se nos presenta una dicotomía que da pie a una reflexión interesante: el turismo como mal necesario, como perversor de las esencias locales a la par que asidero económico, en ocasiones único para países subdesarrollados o ciudades devastadas.

Espoleados por el bajo coste, el mochilismo y la facilidad casi total de movimientos para los que vivimos en el lado bueno del mundo, hordas humanas se desplazan contínuamente tratando de conocer distintas culturas en toda la amplitud de la palabra: arte, gastronomía, lengua, sexo... Siempre hay una o varias inquitudes detrás de cada viajero. Aunque hoy en día supone un ejercicio de ingenuidad absoluta pensar que uno se va a empapar de algo "real", especialmente al visitar países o zonas con poco músculo económico. Los intercambios entre turistas y locales sin puramente comerciales: los primeros quieren dejarse embaucar por las veleidades de la tierra de acogida, mientras que los segundos están dispuestos a mostrar algo a cambio de dinero, ropa o lo que pueda mejorar su estatus. Los turistas buscan comprender al local mientras que éstos quieren su pasta.

Hace no muchas décadas estos intercambios eran bastante más puros y estaban regidos básicamente por la curiosidad mutua. Pero la masificación turística unida a la pura globalización acabaron con la intriga, al menos en el lado local. La colonización geográfica se acabó a lo largo del siglo XX, pero la cultural no sólo continúa vigente, sino más pujante que nunca. Ahora ha cambiado su nombre, la archimentada globalización, a través de la cual el modo de vida occidental está presente en todas partes del mundo. En cualquier remota población camboyana encontrarás gente que hable inglés, la mitad sabrá qué es el Real Madrid y se las arreglará para seguir sus partidos, tres cuartos habrán visto varias películas de Clint Eastwood, y todos menos los más viejos del lugar habrán bailado con Michael Jackson. Con tanta información y tanto ejemplo de lo bien que vivimos, la curiosidad muere. Sólo en los lugares aún remotos y alejados de los circuitos pueden producirse aún intercambios en igualdad de condiciones.

Lo que nos lleva a la segunda razón del fin de la inocencia turística: la masificación. En el mundo somos muchos, y compartimos inquietudes y vanidades. El poder adquisitivo de las clases medias ha subido mucho, y los desplazamientos han dejado de ser un lujo. Los circuitos turísticos, esos packs que a veces generan la ilusión de hacer algo único y son un comodín para conocer mundo, son tan culpables como los mochileros. "Descubre los tesoros de la Riviera Maya", "Atrévete con el Egipto más desconocido", "Explora las idílicas islas griegas..."

El nexo común de ambos tipos de turismo, extendiendo la idea a lo largo del mundo, países desarrollados incluidos, es el efecto Lonely Planet. Cualquier guía podría valer, pero ninguna tiene ese marchamo cool que tiene ésta, un poco a-la-Google. Hemos llegado a tal punto de estandarización que si la biblia del viajero recomienda una puesta de sol en mitad de la nada peruana, encontrarás a todos los mochileros que pasen por 100 kilómetros a laredonda unidos a los visitantes del circuito Machu Pichu contemplando el mágico momento con una devoción casi religiosa.

Del mismo modo que, y así cerramos el círculo, si estás en Nueva Orleans ahora mismo tanto guías físicos como de papel te sugerirán que hagas el circuito Katrina o que te tomes tus cuubatas en vaso de plástico haciendo el gañán por el French Quarter. Pero en cuanto Treme adquiera estatus de culto, lo molón será pasar por el barrio y los funerales indios dejarán de ser representaciones de duelo sincero para convertirse en representaciones teatrales para un público emocionado y de bolsillo suelto.


PS: Una buena visión del mochilismo, menos dispersa que todo esto, la tenéis aquí de la mano de Paolo.

2 comentarios:

Edito-e dijo...

Uhmmmm...me suena el tema querido Watson!

Un amigo me decía justo hoy;

A nadie lo obligan a irse a donde no pertenece, excepto quizá a los desplazados de guerra, y lo que antes, en los años 60, por ejemplo era simpático y anecdótico, los 2 exploradores alemanes en Timbuctú, hoy es (obviamente) algún reality show repetido hasta el hartazgo.

Siempre he sido muy claro con el tema: que no vengan y que nosotros tampoco vayamos (bueno, al menos yo porque lo que pasa es todo lo contrario).
La globalización, y en especial el turismo, sí es, nefasta y tragicómica.


Tiruri....tiruri...
No lo comparto 100%, pero desde luego tampoco la filosofía exploit planet.

superyair dijo...

Creo que a mí también me suena el tema... ligeramente. Interesante dicotomía, y con muchos matices.

Este turismo masivo (paquete o mochilero) aporta poco más que un intercambio económico a los locales. Aporta aventura (aunque no muy genuina)a los turistas.

Y sobre la Lonely Planet, totalmente de acuerdo. Empieza a ser demonizada. Mucha gente se chulea de no llevarla. Yo creo que es un buen complemento a un viaje, y sin duda, la mejor guía que conozco de ese estilo. Pero no hay que olvidar que lo que visitamos está fuera del libro.