1 de abril de 2010

La estrella eres tú



Hace ya más de diez años del primer Gran Hermano holandés y casi veinte de su predecesor en la MTV, "The Real World". Hace cinco que Youtube empezó a funcionar, cuatro desde que se popularizara. En los 90 además se popularizó el género talk show. Tanto unos como otros han supuesto una influencia brutal en nuestro consumo audiovisual, como ya se han encargado de señalar otros muchos a lo largo de este tiempo. Pero yo quiero poner el acento en el cambio de comportamiento del consumidor medio, que ha pasado de televidente pasivo a agente activo.

La percepción que se tuvo de la televisión durante sus primeros 50 años de historia era reverencial e inocente a partes iguales. Como apéndice casero del cine en su origen, los presentadores adquirían estatus de estrella. El público presente tenía un papel mudo, en los concursos siempre actuaba como invitado discreto. El conductor de cualquiera era el dueño de un garito sometido al escrutinio de millones de personas, donde incorporaba participantes anónimos que actuaban con timidez ante las cámaras. Es lógico, estaban trascendiendo la invisible barrera moral que les separaba de ese universo sacralizado. No sólo eso, sino que se estaban exponiendo a la mirada de otros semejantes: la vecina del quinto esperaba con las uñas afiladas la participación de un conocido. Ante ese panorama, "estoy nervioso" es probablemente la frase más repetida por un concursante televisivo a lo largo de la historia.

A lo largo de los 90, con la popularización de los talk shows de invitados anónimos, estos límites empiezan a difuminarse. El ciudadano medio se erige en protagonista por unos minutos. Todavía bajo la mirada y el guión que marca la casa, pero con cierto margen para maniobrar fuera de todo ello. Aun así, era difícil ver grandes salidas de tono. Todo esto comienza a cambiar de forma más notoria con la llegada de los reality. Comenzando con "Gran Hermano", el foco de atención cambia absolutamente. Ya no hay presentadores, no hay una cara famosa a la que agarrarse esperando un devenir conocido de los acontecimientos. El terreno se vuelve resbaladizo. El televidente otrora pasivo adquiere un nuevo rol para el que probablemente aún no estaba preparado. Así, durante las primeras ediciones de estos concursos vemos comportarse a los participantes como lo harían en su día a día, ajenos a las cámaras, ignorando la repercusión que su día a día tiene en la vecina del quinto. Ya no están nerviosos puesto que no son conscientes de vivir cara al público.

Todo cambia rápido, por supuesto. En cuanto los sucesivos concursantes son conscientes del calado mediático que adquiere la exhibición, la ignorancia desaparece y el ciudadano medio comienza a actuar delante de las cámaras. Los nervios han desaparecido para siempre, y también la inocencia fruto de la inconsciencia.

A este fenómeno puramente televisivo debemos sumar la popularización de la distribución audiovisual que trajo consigo Youtube, inaugurando oficialmente la llamada web 2.0. Con una cámara doméstica todos podemos convertirnos en estrellas. La red se inunda de vídeos espontáneos que van desde la plasmación del momento más banal ("mi colega pota", "encuentro con chatis", "clase de gimnasia"...) hasta auténticas orquestaciones de producción profesional. Ya no es necesario salir en el cine o la televisión para volverse popular. Usuarios anónimos como nosotros viven famas (más o menos efímeras) por piezas que se vuelven globalmente populares.

La televisión, al tanto de este cambio jerárquico, busca adaptarse. Y lo hace otorgando el protagonismo absoluto al que había sido pasivo televidente hace no tanto. Formatos como "Callejeros", "(Topónimo cualquiera) por el mundo", "Mi cámara y yo" triunfan en la actualidad porque están conducidos por personas anónimas. Los concursos ya no esperan concursantes discretos, sino que exhortan a los participantes a hacer el ganso, a robar el protagonismo a los presentadores. La gente de la calle ya no agacha la mirada cuando un reportero le pone un micrófono delante, muchas veces trata de hacerse con él. La edad de la inocencia audiovisual terminó, ahora las estrellas podemos ser todos. Aunque no estemos preparados.


1 comentario:

Itziar San Vicente dijo...

Hola Mol. Haz más reflexiones como ésta que me gustan mol.
Soy Iñaki desde el ordenata de Itzi